viernes, 22 de octubre de 2010

¡Qué poca imaginación!

Miren, pues sí. Yo también me siento ofendida como mujer, más allá de la ideología, las preferencias, gustos o intereses, la ofensa, típica y tópica por otra parte, es una ofensa contra todas las mujeres, por sexista y por recurrente.
Imagínense que a mí, presa de un ataque de histeria (que es muy femenina) y privada completamente de mi capacidad de control verborreico me diera por afirmar que existe una subespecie de hombres mononeuronales afectados por el síndrome de la neurona desubicada, que cada vez que tienen una erección, padecen una encefalitis y que cada vez que llegan a un orgasmo, se les produce un derrame cerebral y que además son el perfecto ejemplo de la ley que afirma que cuando uno alcanza su nivel de incompetencia, es ascendido de categoría. Y que, por tanto, como se les supone que al llegar a la edad adulta, han debido alcanzar varios orgasmos (aunque sea en solitario) con las nefastas consecuencias que todos conocemos, sus declaraciones deberían ser consideradas como propias de un descerebrado.

Aunque una vez superado el ataque de histeria y recuperado el control sobre mis palabras, presentara mis disculpas alegando que fueron unas declaraciones desafortunadas fruto de la pérdida de la autocensura que evita que mis pensamientos se me escapen por la boca, ustedes, con toda la razón me dirían que las disculpas no son válidas y que es precisamente ese tipo de pensamientos lo que me convierte en una persona detestable.
Pues eso, que no cuela.

domingo, 17 de octubre de 2010

Huelgas, abucheos y otras manifestaciones

Pongamos las cosas claras desde el principio porque voy a ser de nuevo políticamente incorrecta:

Yo no hice huelga el pasado 29 de septiembre, día en que se celebra la onomástica de los que comparten nombre con los arcángeles, en primer lugar porque no tengo derecho (la que escribe pertenece a esos seres normalmente calificados con los peores adjetivos posibles, casi siempre indicadores de una visión decimonónica e industrial de las relaciones laborales, que a nadie parece importar), pero sí temía que una huelga general montada a final de mes por una hábil mente pensante que debe haber olvidado que existen los trabajadores de mi sector, me obligase a hacer una especie de huelga a la japonesa y nos tuviese trabajando a destajo la noche del 29 y el día 30 para que todos los trabajadores –huelguistas o no– cuyas nóminas dependen de nosotras, pudiesen cobrar el día 30. Afortunadamente no fue así. Sólo 8 de los casi 650 trabajadores de distintos sectores que manejamos hicieron huelga. Agradecer a los 2 valientes trabajadores del siglo XXI que no tuvieron miedo de avisar de sus intenciones de secundar la huelga, que entendiesen la necesidad de los demás de organizarnos el trabajo para poder ir a casa a dormir la noche del 29 y mi incomprensión ante el miedo de los 6 restantes.

Durante la jornada de huelga, y las posteriores, escuché comentarios de todo tipo en cuanto al seguimiento de la misma, que si el consumo eléctrico demostraba que estaba resultando un éxito, que si dependía de sectores... La verdad es que ni entonces, ni durante los días posteriores, hasta hoy, he escuchado nada sobre el único dato fiable para saber si fue o no un éxito: el número de movimientos por huelga realizado en la Seguridad Social que es a quien comunicamos qué trabajadores han hecho huelga para que se tenga en cuenta a efecto de cotizaciones. Nada, se ve que los números de verdad tampoco interesan a nadie. Yo pregunté a compañeros del sector. La respuesta fue abrumadora: habían hecho los mismos o incluso menos movimientos que nosotras. Así que, para nosotros, los encargados de comunicar a la Seguridad Social el número de trabajadores que hizo huelga, el seguimiento fue ínfimo. Otra cosa es que algunas empresas, por prudencia, miedo o directamente imposibilidad, no abrieran sus puertas ese día. Y me refiero a las industrias ubicadas en polígonos donde la acción de los llamados piquetes informativos puede ser –de hecho en ocasiones es– más coercitiva que informativa y a los pequeños comercios que tuvieron la mala suerte de estar en el recorrido de las manifestaciones o de ser víctimas de los desmanes de algunos individuos poco respetuosos con los bienes ajenos que les sellaron las puertas con silicona o llenaron los escaparates de pegatinas y grafitis ignorando si había trabajadores en el pequeño comercio en cuestión o el único trabajador era el dueño, ese ser infame y sin derechos pero con un montón de obligaciones que ese día se lo pasó limpiando y arreglando los desperfectos.

Por otro lado, no llego a entender, perdonen mi supina ignorancia al respecto, la misión de los llamados piquetes informativos en pleno siglo XXI. ¿De verdad alguien cree que en plena era de las comunicaciones, cuando todo el mundo tiene televisión en su casa y se mantiene ante ella durante horas y horas viendo las imágenes y escuchando los sonidos que salen de la -no tan- pequeña pantalla, cuando en todas las cadenas televisivas y emisoras de radio se han dedicado horas y horas a hablar de la huelga, cuando ha salido el tema en toda la prensa escrita –incluso en la gratuita– y además en grandes titulares para que nadie pudiera evitar leerlo... de verdad alguien se cree que todavía es necesario informar a pie de fábrica, de calle o en la puerta del trabajo que es jornada de huelga? Si a pesar de toda la información recibida durante semanas, un trabajador -o trabajadora que no crean que me olvido de ellas, es que yo uso el genérico por economía del lenguaje, una de las primeras normas que aprendí en mi vida– decide acudir a trabajar el preciso día en que otros están haciendo huelga, no se me ocurre otra razón que explique tamaño suceso paranormal que el que esté ejerciendo su derecho al trabajo, tan respetable, por mucho que algunos lo lamenten, como el derecho a la huelga. De manera que no entiendo por qué este trabajador –y vuelvan a perdonar mi supina ignorancia– debe verse sometido a entrar ese día a trabajar atravesando un grupo más o menos nutrido de personas que, como mínimo, le miran con reprobación. Porque si es uno de los héroes de que hablaba en otro artículo, puede que entre a trabajar desafiando al grupo y sus miradas, pero si es uno de los simples humanos mantenedores de la especie (que somos los más numerosos), lo más probable es que regrese sobre sus pasos y se vea coaccionado a realizar una huelga que en principio no deseaba secundar por si entre los componentes del piquete se encuentra algún exaltado o violento que, creyendo que su pertenencia al piquete le da patente de corso, pase de las miradas a las palabras y de éstas a los hechos. Y es que el miedo es libre y el ser humano tiene memoria que le hace recordar sucesos acaecidos hace bastante (o no tanto) tiempo.

En segundo lugar, aunque hubiera podido hacer huelga, no la habría hecho. Ya avisé de que no iba a ser políticamente correcta. La razón es que no creo en las huelgas, manifestaciones o cualquier otro tipo de reivindicación masiva que me haga sentir miembro de grey. Llámenme lo que quieran, pero soy individualista. Mis lentejas me las busco yo y mis problemas me los soluciono yo y si no se pueden solucionar, que es lo que ocurre con las cuestiones que afectan a la política y las masas porque nos trascienden, pues aprendo a vivir con ellos. Me amoldo, señores, e intento sobrevivir. Y no soy la única, por lo que observo, que tiene como filosofía de vida lo que resume la frase de Bruce Lee que tan famosa hizo una campaña publicitaria, desde mucho antes de que la mencionada campaña la difundiera por doquier.

Esta lección la aprendí hace tiempo, cuando era más joven. Entonces acudí a manifestaciones y secundé muchas jornadas de huelga para evitar que la LOGSE saliera adelante. Por aquel entonces los maestros y los que estudiábamos para serlo, la veíamos como lo que ha resultado ser: un fracaso educativo de gravísimas consecuencias. Ni siquiera poniendo los medios adecuados para llevarla a cabo podría funcionar, cuánto menos sin la dotación económica suficiente. Dio igual, se impuso a pesar de tener en contra al colectivo que debía aplicarla (como tantas otras veces se hace). Visto que cuando un político toma una decisión de las de verdad, no de esas que lanzan como globos sonda para tantear la opinión de la gente y se pasan varios días diciendo cada uno de ellos una cosa para al final decir donde dije digo, digo Diego, siempre es irrevocable y más si es en materia económica porque normalmente tienen que obedecer las órdenes de los de arriba, es decir, de quienes juegan la partida de la que los de abajo sólo somos piezas del tablero, mi conclusión fue la del escepticismo grupal y opté por el individualismo. Así yo, durante los años que ejercí como maestra o profesora, intenté transmitir a mis alumnos el gusto por el saber, la necesidad del esfuerzo real para obtener resultados y otras muchas cosas que es evidente que estaban pasadas de moda e iban contracorriente, pues ya no ejerzo como tal.

Pero vaya, es que yo suelo ir a contracorriente normalmente porque, ya lo he dicho, no me gusta sentirme miembro de grey, me gusta formarme mi propia opinión que, a veces, concordará con la de la mayoría o con la de los que mandan, o no. Y por eso, a pesar de que no hubiera secundado lo huelga de haber podido hacerlo, también diré que estoy en contra de la Reforma que se pretendía evitar con la huelga. Pero estoy en contra porque me parece una reforma mojigata que no va a solucionar nada y que sólo parece fruto de una mala situación económica de las arcas del estado en la que se pretende, por una parte, recaudar más dinero a base de recortar las bonificaciones por contratación, y por otra hacernos comulgar con ruedas de molino vendiéndonos humo. Esta reforma, que no gusta a los sindicatos, dudo mucho que guste tampoco a la patronal. Les recomiendo que se la lean después de haberse leído las anteriores leyes y sus reformas. Verán cómo poco a poco fueron desapareciendo ventajas para todos, empresarios y trabajadores. Pero lean ustedes, vayan ustedes a las fuentes, no escuchen a los que, desde los micrófonos, intentan llevarse el ascua a su sardina contándonos verdades a medias o mentiras a espuertas.

Y hablando de cosas con las que estoy en desacuerdo, tampoco apruebo los abucheos en actos solemnes. Creo que cada cosa tiene su tiempo y su espacio. Y gritar: “Zapatero, dimisión” mientras desfila la Senyera el día de la Comunidad o mientras se realiza el homenaje a los caídos el día de la Hispanidad, miren, pueden llamarme retrógrada, estirada, o lo que quieran, pero lo considero una falta de respeto y una elección del momento, cuando menos, desafortunada. Las personas somos libres de expresar nuestra opinión, pero igual que no hay que confundir libertad con libertinaje, existen momentos y foros donde expresar nuestra opinión, y no es todo válido. Un momento solemne, en el que los políticos actúan en representación de toda la ciudadanía, les hayamos votado o no, y no actúan en representación propia, no es el foro para exponer reivindicaciones privadas. Y da igual lo cansado, harto o aburrido que esté uno de esos políticos. Se trata de educación, señores, y la estamos perdiendo a una velocidad vertiginosa y sin ella el mundo que nos espera es el de algunos vergonzosos programas televisivos, pero de eso, hablaré otro día.