jueves, 30 de agosto de 2012

HISTORIAS DE VERANO (I)

Como el verano se acaba y con él, las vacaciones, estoy especialmente nostálgica y me ha dado por recordar escenas que han marcado alguno de mis veranos y que quiero volcar en este blog para compartirlas con vosotros. Me he atrevido a tutearos porque después de tanto tiempo juntos creo que ya hay confianza.
Hace cinco años regresé de vacaciones a Galicia y recorrí con mi marido los lugares en los que había estado veinticinco años antes y que habían sido importantes para mí.
Reservé para el último día el pueblo en el que había veraneado y que teníamos como cuartel general. Pasé quince días allí. Yo tenía quince años, una edad emblemática, mágica y maravillosa. Tengo ese lugar y esos días guardados con tanto amor en mi corazón.. Y es que fue donde por primera vez tuve amigas que no pretendían nada de mí, donde me declaré por primera vez, donde podía ser yo por vez primera sin que nadie me juzgase, donde tuve mi primera pandilla y aprendí a decir neska polita, un lugar donde me sentí querida por mucha gente a la que vi llorar amargamente cuando mi tren cerró las puertas e inició el viaje que me llevaría a mi cruda realidad…
Así que tenía tanta ilusión por regresar a aquel lugar…, por mostrárselo a mi marido y compartir con él un tiempo pasado…
La desilusión fue tan grande como cambiado estaba aquel lugar. Veinticinco años son muchos, demasiados cuando algo se mira con los ojos del corazón. Aquel bosque, aquel exuberante bosque de mi adolescencia donde recorrí los intrincados caminos que permiten abandonar la niñez, donde peleé por un hombre (o muchacho) por primera vez, y perdí, aunque me llevé el trofeo de una rosa y una mano tendida para ayudarme a saltar el riachuelo, aquel maravilloso bosque había sido domesticado, convertido en parque, desprovisto de su exuberancia, desnudo de helechos e incapaz ya de guardar los secretos de los enamorados. Sólo quedaba en pie -y por poco tiempo, me advirtieron- el cerezo en la linde del camino, el primer y único cerezo de mi vida, el cerezo que nos despedía cada vez que nos internábamos de expedición por el bosque, testigo mudo de aquellos maravillosos días. Cerré los ojos anegados de lágrimas y salí de allí huyendo del paso inexorable del tiempo para poder mantener en mi memoria, en mi corazón y en mi retina la imagen de aquellos quince días de julio.

lunes, 20 de agosto de 2012

Cada noche

-No consigo recordar qué es un hada –dice Pedro, confuso, a su esposa.

Aún lleva en las manos el libro de cuentos que lee cada noche a su hijo.

Ella le mira a través del espejo arqueando las cejas.

Él, suspirando, se desploma en el sillón:

-Sólo recuerdo esa melodía... –dice cerrando los ojos.

Ella le besa dulcemente y él sueña con un frondoso bosque y una melodía que le conduce hasta un viejo roble en cuyas ramas, una hermosa muchacha se peina su larguísima cabellera, envolviéndole con su mirada violeta.

Mientras, su esposa se cepilla el cabello y sus ojos sonríen con una chispa violeta.