A ser padres se ha llegado desde siempre por dos vías: la
biológica y la adoptiva. Baste con leer la historia, la literatura o los libros
sagrados, por ejemplo, para encontrar familias constituidas de las dos maneras.
Y fíjense que, viniendo como viene de tan antiguo, la adoptiva todavía hoy es
considerada por algunos como una vía de segunda clase. Lamentable.
La decisión de ser padres adoptivos responde a diferentes
motivos, todos ellos –o casi todos, porque imagino que de todo tiene que haber
en la viña del señor– tan dignos y respetables como los que llevan a optar por
ser padres biológicos. La única diferencia es que, de entrada, los padres
adoptivos decidimos serlo de niños que han sufrido más de lo que nadie debiera
haberlo hecho jamás.
Porque no nos engañemos, a la adopción se llega tras un gran
dolor.
Duele no poder engendrar, pero duele, imagino, mucho más
haber sido abandonado por aquellos que te engendraron o haber sido separado del
mundo que conocías. De manera que, quizá, lo que nos une a padres e hijos
adoptivos es que unos, los padres, estamos rotos, y otros, los hijos, han sido
descosidos, así que la figura de la adopción lo que hace es encontrar el roto
que mejor se ajusta al descosido. Y es que hay que recordar que lo que se busca
es unos padres para un niño que los necesita –y a los que tiene derecho–, no al
revés.
¿Quién decide qué padres se ajustan más? En nuestro país,
los organismos públicos creados al efecto. Su labor es difícil y delicada. Toca
muchas teclas sensibles. Y hoy en día, en los tiempos que corren, aún es más
complicada su labor.Eso sí, yo tengo algo claro, en mi caso particular, lograron que rotos y descosidos encajáramos a la perfección. Así que: MUCHAS GRACIAS.
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