domingo, 5 de julio de 2015

MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS II

La creación del ambiente propicio.

Pongan ustedes en un colegio a uno de esos profesores eternos aspirantes a ser humano de los que hablaba en el otro artículo. Rodéenlo de profesores irresponsables o canallas que se dedican a mirar hacia otro lado ante las actuaciones del compañero que nunca llegará a ser humano. Y, como por arte de magia, tendrán ustedes el paraíso de los acosadores.
Ahora sólo tienen que colocar en la clase asignada al que tampoco merece ser llamado profesor, a un niño cuyas capacidades no entren en la cuña de la media, o que tenga alguna discapacidad física o sensorial, que tenga el síndrome de Asperger, o que tenga un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, o que sea inmaduro, o de una etnia maldita, o que provenga de un país maldito, o que esté viviendo un duelo, o que sea adoptado, o que en su casa algo no funcione bien, o que tenga limitadas sus habilidades sociales o que sea muy tímido… Déjenlos convivir unos cinco minutos en el aula y serán testigos de la gestación del acoso escolar.
Y es que todos tenemos nuestras manías (ésas que según el dicho popular, no curan los médicos), nuestros miedos inconfesables y nuestros prejuicios, sólo que algunos los controlamos y mantenemos a raya porque son nuestros y nadie, y menos aún un niño, tiene por qué cargar con nuestros miedos, manías o prejuicios o ser la víctima de ellos.
Sin embargo, el profesor que sólo ha logrado tener apariencia humana, encontrará a su víctima, aquél al que no puede soportar ver y dirigirá toda su mala leche alienígena contra el desafortunado. Da igual lo que haga la víctima, es más, mejor que no haga nada que pueda demostrar que su profesor está equivocado, porque aún cargará con más furia contra él.

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