La creación del ambiente propicio.
Pongan ustedes en un colegio a
uno de esos profesores eternos aspirantes a ser humano de los que hablaba en el
otro artículo. Rodéenlo de profesores irresponsables o canallas que se dedican
a mirar hacia otro lado ante las actuaciones del compañero que nunca llegará a
ser humano. Y, como por arte de magia, tendrán ustedes el paraíso de los
acosadores.
Ahora sólo tienen que colocar
en la clase asignada al que tampoco merece ser llamado profesor, a un niño
cuyas capacidades no entren en la cuña de la media, o que tenga alguna
discapacidad física o sensorial, que tenga el síndrome de Asperger, o que tenga
un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, o que sea inmaduro, o de
una etnia maldita, o que provenga de un país maldito, o que esté viviendo un
duelo, o que sea adoptado, o que en su casa algo no funcione bien, o que tenga
limitadas sus habilidades sociales o que sea muy tímido… Déjenlos convivir unos
cinco minutos en el aula y serán testigos de la gestación del acoso escolar.
Y es que todos tenemos nuestras
manías (ésas que según el dicho popular, no curan los médicos), nuestros miedos
inconfesables y nuestros prejuicios, sólo que algunos los controlamos y
mantenemos a raya porque son nuestros y nadie, y menos aún un niño, tiene por
qué cargar con nuestros miedos, manías o prejuicios o ser la víctima de ellos.
Sin embargo, el profesor
que sólo ha logrado tener apariencia humana, encontrará a su víctima, aquél al
que no puede soportar ver y dirigirá toda su mala leche alienígena contra el
desafortunado. Da igual lo que haga la víctima, es más, mejor que no haga nada
que pueda demostrar que su profesor está equivocado, porque aún cargará con más
furia contra él.
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