miércoles, 8 de julio de 2015

MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS V

Los daños colaterales.

       Como en toda historia de dolor, en ésta también hay daños colaterales. En esta historia los daños colaterales son los padres y la familia de la víctima, de nuestra criatura, de aquél al que todos debiéramos proteger. Y lo son los amigos.
       Hace poco leí un texto en el que preguntaban, ante el suicidio de una adolescente acosada, qué es lo que habían hecho sus padres ante el acoso escolar y alguna vez me lo han preguntado directamente. La respuesta de todas las madres de víctimas con las que he hablado de este tema ha sido unánime: intentar poner algo de cordura en esta tremenda historia. Escuchamos a nuestros hijos y a sus profesores y nos hacemos una idea de lo que ocurre analizando los puntos de coincidencia entre las versiones. Con la conclusión extraída, intentamos dar herramientas a nuestro hijo para que pueda moverse en ese mundo hostil en que se ha convertido la escuela. Hablamos con el colegio para encontrar soluciones. Aceptamos con resignación la opacidad del colegio que nos impide ser testigos y nos obliga a movernos en un mundo de versiones interesadas. Vemos las heridas físicas y psicológicas de nuestro hijo e intentamos curarlas, pero cuando comprendemos que nada va a arreglarse, buscamos documentarlas ya que nos encontramos ante la negación del colegio de cualquier evidencia. Lo niegan todo a pesar de que las heridas dejan huella. Y soportamos con estoicismo todos los juicios y prejuicios sobre nuestro hijo y sobre nosotros. Por último, nos toca tomar la última y más dura decisión, si es que nuestro hijo es pequeño: sacarlo del colegio, a pesar de lo injusto que es que sea la víctima quien tenga que abandonar su espacio, o dejarlo en él con las nefastas consecuencias que ya conocemos.
       Permítanme que haga un inciso sobre el hecho de escuchar a nuestros hijos porque me toca muy de cerca, ya que me han acusado por la espalda varias veces de ello, a mí y a todas las madres con las que he hablado, y necesito dar la respuesta que me han negado sistemáticamente porque jamás nadie se ha atrevido a decírmelo a la cara. Sí. Escucho a mi hijo, como también escucho a sus profesores. Y además le curo las heridas producidas por los golpes y examino si es posible que se las haya hecho de forma fortuita, en cuyo caso, o en caso de que haya la más mínima duda, nunca iré a quejarme al colegio. Sólo he ido a contarles cuando es más que evidente que son heridas y moratones provocados por puñetazos y patadas.Ya sé que a ustedes, los habitantes de La Chusma, les gustaría que no le escuchase, que sólo les escuchase a ustedes y me creyese a pies juntillas su versión de los hechos. Pero no puedo evitarlo. Es mi obligación, como madre, escuchar a mi hijo, sobre todo cuando veo las señales producidas por las palizas o por los insultos y vejaciones. ¿Saben ustedes que también dejan señal la humillación y los desprecios constantes? Le escucho sobre todo cuando mi hijo se niega a contarme qué le ha ocurrido porque está aterrorizado, o qué es lo que le ha hecho cambiar su carácter; le escucho cuando se niega a estudiar, cuando le oigo llorar por las noches, o cuando se despierta aterrorizado por las pesadillas, le escucho cuando veo comportamientos extraños a su alrededor, o cuando me hace preguntas sobre qué pasaría si se muriera, o sobre si hubiese preferido otro hijo sin problemas. Le escucho a pesar de que no le creo todo, ¿cómo creerle si a veces cuenta cosas increíbles por absurdas? El problema está en que también les escucho a ustedes, eternos aspirantes a humanos, entidades carbónicas que imitaron perfectamente la forma humana pero se olvidaron de clonar nuestra esencia. Y al escucharles, descubro que mucho de lo que no creí porque me parecía absurdo, era cierto; que sus respuestas son, por supuesto, respuestas de parte; que me niegan información; descubro sus prejuicios y sus miedos; y descubro que ustedes no tienen miedo a maltratarme en público, de faltarme el respeto, así que infiero que tampoco lo tendrán en maltratar a mi hijo en privado o con sus compañeros de clase como únicos testigos. El problema, señores o lo que ustedes sean, es que tengo criterio, y eso a ustedes les molesta mucho, porque no me pueden manejar ni pueden hacerme comulgar con ruedas de molino. Por eso ustedes se dedican a hablar mal de mí, a intentar destruir mi credibilidad. Nuestra credibilidad porque somos tantos los que coincidimos, los que somos sus daños colaterales... Pero bueno, tenemos algo que ustedes jamás podrán tener: humanidad.
       Pero hay más daños colaterales, la familia que asiste muda a la degradación de uno de sus seres queridos: hermano, nieto, sobrino... ; que asiste impotente a la degradación del buen ambiente familiar, porque esto pasa factura; porque los ánimos se crispan; porque hay que mantener las normas y evitar la tendencia a caer en el victimismo, que, por otro lado es humana, aunque indeseable. Porque todo es muy difícil.
       Y, por último los amigos de las víctimas. Sí, también existen. Son los valientes que no miran hacia otro lado pero a los que no se les da armas para rebelarse ante lo que consideran injusto. Recuerden que están al cargo del acosador y que muchos de los adultos que tienen cerca, la panda de secuaces del eterno aspirante a ser humano, miran hacia otro lado. Son los que hacen lo que pueden: contar lo que ven, intentar que no peguen a su amigo, hablar con él, empeñarse en que juegue... Ser sus AMIGOS. Gracias a ellos la víctima tiene momentos de paz y un espejo que le dice que no es mala persona. Ellos también viven en un ambiente donde la violencia física, psicológica y verbal rige las relaciones. No va dirigida a ellos, de momento, pero viven con el miedo a ser las siguientes víctimas. Y son los que pierden al amigo cuando se va del colegio... o se suicida.

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