miércoles, 22 de julio de 2015

EL MAR

      Estaba de pie frente al mar. Las olas lamían suavemente sus pies. Olía a sal.
      Un grupo de niños jugaba alegremente con una pelota dentro del agua. Reían y gritaban. Jugaban. Algo más a la derecha había dos cabezas muy juntas subiendo y bajando al compás de las olas. Imaginó que sería una pareja. Cerca de la orilla niños más pequeños iban y volvían llenando sus cubos de agua que vaciaban en la arena.
      Se le hundían cada vez más los pies en el agua al ritmo que marcaban las olas. Ya no hacía demasiado calor y el agua estaba templada. El sol iba cayendo a su espalda. Olía a sal.
      Se quedó un rato mirando a los niños que jugaban a la pelota. Eran felices. Nada parecía tener poder para enturbiar el momento. Ningún pensamiento oscuro. Tenían la misma edad que ella tenía cuando su mundo alcanzó la mayoría de edad. Ella lo veía cambiar todo con sus ojos asombrados de preadolescente. La gente a su alrededor tampoco tenía consciencia de que el peligro acechaba a cada esquina. Vivían con la inconsciencia de la juventud. Pero caían. Vaya si caían. De repente faltaba alguien en el cuadro. Nadie hablaba en voz alta del tema, pero ella lograba oír retazos de historias que convergían en los baños de algún bar.
      Un día fue a ella a quien golpeó la vida. Y la vida le segó la adolescencia. Y jamás supo qué era sentirse inmortal. El miedo la atenazó. Llenó su casa de relojes para recordar que el tiempo se escapa entre los dedos y que, un día, la cuerda se rompe y, con ella, la vida.
      El tiempo se escapa entre los dedos como ahora la arena se le escapaba bajo los pies, hundiéndola. Olía a sal.
      Regresó a su toalla sobre la arena, se quitó la prótesis de su brazo izquierdo y la dejó junto a su ropa. Se encaminó de nuevo al mar, despacio, sin prisa, mirando al frente, sin perder de vista el horizonte. Recordó cómo le gustaba nadar con él paralelos a la línea que separa el mar del cielo, cuando el agua les llegaba a la altura del pecho. Dos lágrimas se fundieron con el mar, en el mismo momento que ella comenzó a nadar como antaño y, como antaño, se sintió una sirena nadando entre delfines. Y allí, nadando con ella, estaba él.

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