martes, 3 de mayo de 2016

LOS OJOS VERDE OLIVA VI

Iban charlando animadamente. Ella sonreía y gesticulaba. Era muy expresiva. Tampoco había visto nunca a Gimeno tan relajado.

Callejearon por el barrio viejo con paso firme, esquivando a la gente que entraba y salía de los garitos o charlaba enlas puertas compartiendo bebida.

Doblaron una esquina y entraron en La Bodeguita del Loro, el único sitio en el que les iban a dar de cenar a esas horas. Nada especial ni de caliente: jamón, queso, encurtidos... Era un lugar que conocía bien porque solíamos quedar allí después del cierre. Era un sitio curioso. Se había quedado anclado en el pasado y tenía el encanto de lo rancio. Unas mesas y sillas de railite rodeadas de enormes toneles de vino y vermú y una larga barra era todo el mobiliario. Y en las paredes, recortes de prensa amarillenta enmarcados que relataban noticias sobre una de las primeras huelgas que hubo tras la llegada de la democracia.

Miré dentro. Estaban sentados al fondo.  Ella bebía agua mineral y él, vino tinto. Entré al bar de enfrente y me pedí una cerveza.

Salieron pasada la media noche, pagué y fui tras ellos.

Los vi entrar en el portal de Gimeno y me fui a casa cabreado. Pasé todo el domingo rumiando mi venganza.

El lunes habia quedado para una entrevista a primera hora, pero me acerqué al periódico por si veía a Gimeno.  Al llegar a la plaza, lo pensé mejor y entré a la cafetería.  No había mesas libres y me dirigí a la barra.

-¿Lo de siempre? -Preguntó Juan.

- Sí,  lo de siempre.

Me sentí observado y me giré con curiosidad.

-¿Quieres sentarte aquí?

Miré hacia el lugar de donde venía la voz. Abrí los ojos sorprendido. Ella sonreía mientras me señalaba la silla que quedaba libre en su mesa. Me acerqué hacia ella mirando en derredor.

-Lucas ya está en el curro -me dijo sin dejar de sonreír. Parecía divertirse.

-¿Quién? ¡Ah, Gimeno! -Asentí despacio mentras retiraba la silla. "Igual hasta tengo suerte", pensé al sentarme.

Ella tomaba café con leche y croissant; yo, con tostadas. Hablamos de nada en concreto. Ella bromeaba. Hacía gala de una fina ironía. Me gustó. Cuando nos despedimos pensé que Gimeno se había equivocado con la elección.  O quizás no, porque las tenía a las dos.

-¿Qué os da Gimeno?-Pensé en voz alta sin querer.

Ella dudó un momento. Sus ojos rebuscaron en el pasado antes de responder:

-Una promesa, quizá. Una ilusión.

Nos despedimos en la puerta de la cafetería. La vi marchar con paso distraído,  como si cada rincón fuera único pero su interés durara apenas unos segundos. Cuando caí en la cuenta de que había olvidado preguntarle el nombre, ya estaba lejos. Me encogí de hombros con resignación y me dirigí al trabajo.

A mediodía me encontré con Gimeno, coincidimos en la máquina de café.

-¡Eres un cabrón! - Le dije fingidamente jocoso.

-¿Por?

-Os vi entrar en tu casa.

-¿Y?

-Te haces el santo pero eres como todos -le espeté con rabia. No soportaba su cara de no haber roto un plato.

-¿Qué dices?

-No es asunto mío,  pero...

-No. No lo es -me interrumpió-. Pero si tanto te interesa: no, no me acosté con ella.

Había en sus ojos una mezcla de dolor del despechado, de desconcierto e ira que me convenció.  Ella lo había rechazado, pensé.

Estuve meses esperándola. Vigilaba la cafetería desde la ventana, observaba cualquier reacción en Gimeno que me ayudara a averiguar si había vuelto a quedar con ella, busqué sus ojos verde oliva en cada rostro con el que me cruzaba.

Nunca regresó.

Hasta ayer.


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