lunes, 12 de diciembre de 2016

UN LUGAR PERFECTO III

La pandilla ya llevaba un buen rato haciendo sus monadas y yo iba a volverme hacia mi cuarto, como cada día, para mi venganza particular: cuando me cansaba de sus cuerpos perfectos y sus vidas de película americana, me encerraba en mi habitación, cogía los lápices y el carbón y me dedicaba a caricaturizarles en las páginas de mi bloc de dibujo. Pero ese día, cuando me levantaba de la silla, la vi entrar. Caminaba como si bailase siguiendo el ritmo de una música que sólo ella oyera. Llevaba la toalla sobre el hombro izquierdo. Se detuvo frente a mi terraza, bastante alejada de ellos que ocupaban siempre la zona más próxima a la parte más honda de la piscina, monopolizándola con sus cabriolas. Ella dejó caer su toalla al césped y, mientras bailaba, la fue estirando. Cuando hubo acabado de arreglarla, se dejó caer sobre ella como si los últimos acordes hubieran acabado con su vida de bailarina. Luego, abrió el libro que llevaba en la mano derecha y se puso a leer.
Ellos observaron todo el ritual con menos sorpresa que yo. Deduje por sus gestos cómplices que la conocían. Ella ni les miró y ellos dejaron de hacerlo en cuanto se acabó la novedad de su presencia. Yo no pude dejar de mirarla. Era la chica más guapa que había visto nunca y, además, leía. Me esforcé por descifrar el título pero no lo conseguí.
Se ignoraron mutuamente durante toda la mañana. Por los cuchicheos de la pandilla perfecta, concluí que la conocían pero no hicieron nada por integrarla, por conversar siquiera con ella. Incluso me pareció percibir cierto desprecio cuando la miraban de reojo. “Normal –pensé yo–, ella es infinitamente más guapa y perfecta que todos ellos juntos. Eso se llama envidia”. 
Tampoco ella hizo ningún gesto que delatara el más mínimo interés por formar parte del grupo. En su desentendimiento de lo que ocurría al otro lado de la piscina había algo de desdén. Sonreí. Cada vez me gustaba más esa chica. Tenía lo que a mí me faltaba: valentía para que me importase un comino que me despreciasen y, además, mostrar públicamente lo poco que me afectaba.

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