viernes, 9 de diciembre de 2016

UN LUGAR PERFECTO I

      En el verano del 82, mientras, afuera, la gente jaleaba a sus equipos nacionales y celebraba, eufórica, cada gol marcado en la portería contraria, yo estrenaba lugar de veraneo y lo convertía en mi cárcel particular.
      Mis padres habían comprado el apartamento unos meses antes y llegaron a casa, emocionados, mostrándome las llaves y los planos.
      -Es perfecto, Sergio, te va a encantar. Está frente al mar. De hecho, se ve desde la terraza y desde las habitaciones.
      -Vas a tener una habitación para ti y es grande; podrás llevar tus cosas.
      -El edificio hace una U, ¿lo ves? Y en el centro está la piscina con césped alrededor. A los lados tiene un campo de fútbol, una cancha de baloncesto y una pista de tenis –mi padre me iba señalando cada cosa que nombraba en los planos, como si a mí me interesara lo más mínimo.
      -Hay muchos chicos de tu edad, los hemos visto. Es una buena pandilla. Te vas a divertir y harás amigos nuevos. Es perfecto, de verdad.
      Yo les escuchaba con una mezcla de cabreo e incredulidad.
      “No me va a encantar. Yo no quiero ir a ningún sitio. ¿Quién les manda comprar nada? Pues allí tampoco voy a salir de casa. De mi cuarto, a la cocina para comer y ya. ¿Con que va a ser perfecto? Nada es perfecto. ¡Bah, amigos! ¿Quién necesita amigos? Yo tengo bastante con mis cosas.”
       ¡Mis cosas! Mis cosas se llamaban caballete, óleos, carbones y pinceles y formaban parte de mi terapia.

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