lunes, 30 de enero de 2017

SI ES TAN SOLO AMOR (Segunda parte)

      -¿Cómo va todo?
      -Perfecto. Está todo buenísimo, como siempre.
      -Gracias por celebrar aquí el nacimiento del pequeño de la familia.
      -¡Ni se nos pasó por la cabeza en ningún momento celebrarlo en otro lado!

      Pepe es ya un amigo de la familia. Nos conoce desde hace quince años. Era viernes y habíamos quedado toda la pandilla para cenar. A alguien le habían hablado de este sitio y decidimos probar. Las mejores patatas bravas que he probado nunca y unas berenjenas rebozadas con miel que no paré hasta que no logré que Pepe me diera la receta. Los bocatas también eran espectaculares así que los zampones del grupo le dieron el visto bueno y cogimos la costumbre de venir a cenar los viernes.
      Estuvimos cenando todos los viernes en el Tío Nelo durante tres años, hasta que los trabajos, las parejas y tener que buscarse la vida en el extranjero fue acabando con la pandilla.
      La tarde que despedimos a Joan en el aeropuerto, Sara me guiñó un ojo antes de bajarse del coche y me dijo:
      -Ya solo quedamos tú y yo. ¿El viernes en el Tío Nelo?
      -¡Por supuesto!
      Lo nuestro debía ser muy evidente para todos aunque nadie lo nombraba. De hecho, cuando llegamos al Tío Nelo, don Luis, el padre de Pepe, nos miró con una sonrisa pícara y nos sentó en la última mesa, protegida de las miradas indiscretas por los altos respaldos de los asientos.
      Fue allí donde me declaré uno de tantos viernes. Temblaba de los pies a la cabeza y el nudo en el estómago amenazaba con partirme en dos. Le hablé de cómo me enamoré de ella nada más verla; de cómo ella ganaba a César todas las batallas de La guerra de las Galias; de cómo conseguí entrar en la pandilla que se estaba formando entre los nuevos de su clase y de la mía sólo porque ella estaba allí; de cómo busqué compatibilizar mi horario en la facultad con el suyo para coincidir a la entrada y a la salida y poder acompañarla a casa o a clase; de cómo buscaba sentarme frente a ella para poder mirarla...
      No contestó enseguida. Ni siquiera levantó la mirada de sus manos, adonde había permanecido mientras duró todo mi parloteo. Respiró hondo y me miró con sus profundos ojos negros y sólo me preguntó:
      -¿Y ahora qué?
      -No lo sé –contesté– puedes odiarme, levantarte y dar por zanjada aquí y ahora nuestra amistad o podemos seguir adelante con ella como si nunca hubiera hablado del tema.
      -No puedo. No puedo hacer ninguna de las dos cosas. 
      Yo no sabía qué más decir, los ojos se me enturbiaron y bajé la cabeza para que no viera las lágrimas.
      -¿Tanto que me has mirado y no has sido capaz de ver nada?
      Yo no entendía nada. Levanté los ojos y la miré.
      -¿Me has conocido alguna pareja? –negué con la cabeza y ella prosiguió–. ¿Nunca has visto cómo te miraba? ¿Cómo buscaba conversar contigo? ¿Cómo me hacía la encontradiza en la acera de tu facultad o de tu casa? ¿Nunca?
       Yo solo negaba una y otra vez mientras en mi cabeza se iban juntando las piezas del puzle que ella me ofrecía con las que yo tenía sobre la mesa encajando a la perfección. Cuando terminó de poner sus piezas, sólo pude sonreír y decir:
      -¡Vaya par de dos!
      Estuvimos un buen rato riéndonos cada vez que nos mirábamos y exclamando:
      -¡Vaya par de dos!

martes, 24 de enero de 2017

SI ES TAN SOLO AMOR (Primera parte)

      Es tan hermosa… No puedo dejar de mirarla. Me enamoré de ella la primera vez que la vi. 
      Fue en el instituto, hace dieciocho años más o menos. Ella llegaba tarde y entró a clase cuando ya estábamos todos sentados y la profesora ya tenía la lista en las manos. Llamó a la puerta mientras la abría y pedía permiso para entrar. Era el primer día de clase y se excusó diciendo que se había perdido. La profesora bromeó y ella se sonrojó, se colocó detrás de la oreja los mechones rebeldes que se le habían escapado de la trenza y se sentó en el primer sitio libre que encontró. 
      Yo la veía desde atrás. Su pelo brillaba al sol. Parecía que un hada había esparcido polvos mágicos sobre su cabeza y había dejado hueca la mía porque era incapaz de atender a la profesora que nos hablaba entusiasmada sobre el programa de la asignatura y el sistema de evaluación.
      Sólo coincidía con ella en Latín y me costaba tanto centrarme en César que casi suspendo una de mis materias preferidas. Tenía que poner remedio a esta situación. Tenía que atreverme a hablar con ella. Estuve observándola y descubrí que se hizo amiga de unas chicas de mi clase de griego así que me acerqué a ellas y conseguí entrar en su círculo de amigos.
      Yo era un bicho raro, pero ellos también eran un poco marcianos así que encajé bastante bien y mantuvimos la amistad aunque no todos coincidimos en la facultad. 

jueves, 5 de enero de 2017

EL RINCÓN DE LAURA (Cuarta y última parte)

       Fue entonces cuando, a la hora del café, apareció la compañera de Laura. Iba con dos tipos altos y trajeados. Pidieron dos solos y un cortado. Cuando los sirvió, la miró interrogante pero no se atrevió a preguntar nada. Ella captó la mirada pero esperó a quedarse sola en la barra, con la excusa de pagar, para mirarle a los ojos y contestar a su mirada con otra pregunta:

      -¿Te enteraste de lo de Laura?

      Pedro sintió una punzada en el corazón. Los ojos de la chica no presagiaban nada bueno. Negó con la cabeza porque la voz se negó a salir de su garganta.

      -Salió en los periódicos. Fue un accidente terrible.

      La sangre se le heló, su rostro se tornó lívido. Recordaba haberlo leído, incluso haber visto las imágenes de una cámara de la autopista y haber pensado en esa familia cuyo viaje de fin de semana se había convertido en un viaje a ninguna parte, o al cielo para los creyentes.

      Bajó al almacén, aún guardaba el periódico de aquel lunes porque no le había dado tiempo a completar el crucigrama. Buscó la página de sucesos. Allí estaba: un camionero había perdido el control de su vehículo y se había cruzado en la autopista justo en el momento en que un turismo, ocupado por una familia con dos niños de 2 y seis años, le adelantaba. No había sobrevivido ningún miembro de la familia. Se dirigían hacia un fin de semana de vacaciones para los niños. Nunca llegaron.

       Cuando regresó a la barra, aprovechó que no había nadie en el local, colocó un cartel de “Vuelvo en diez minutos” y salió hacia la tienda de la esquina. Compró una vela con olor a lavanda, unos lirios morados, un pequeño búcaro de cristal y una pizarra con cierto aire vintage. Entró en la cafetería, se dirigió a la mesa en la que se sentaba Laura, colocó los lirios en el búcaro y los puso sobre la mesa. Colgó la pizarra sobre el pequeño estante en el que hasta entonces había un reloj viejo que a ella le recordaba al de casa de sus abuelos. Detuvo el reloj en la hora del accidente, encendió la vela y la dejó junto al reloj. Y escribió en la pizarra con letra de caligrafía: “El rincón de Laura”.

miércoles, 4 de enero de 2017

EL RINCÓN DE LAURA (Tercera parte)

       La echaba de menos. No es que tuvieran grandes conversaciones, pero sentía su ausencia. El rincón en el que solía sentarse estaba vacío, frío. A ella le gustaba el silencio. No solía iniciar una conversación. Él tampoco, aunque conversar era una de las cosas que más le gustaban de su trabajo. Saludaba con afecto a los clientes de todos los días, les preguntaba qué tal el día, pero poco más a no ser que ellos iniciasen la conversación. Si lo hacían, le encantaba comentar y descubrir nuevos puntos de vista.

       -Siempre se aprenden cosas –solía decir.

       Sin embargo, con ella nunca había hablado más allá del tiempo, a pesar de que llevaba meses acudiendo al café. No parecía antipática, sólo una mujer en busca de silencio y de un espacio para ella. Por eso se sorprendió cuando ella empezó a hablarle aquella mañana.

       Estaba atendiendo a don Tomás que ese día estaba especialmente cascarrabias. Era un juego diario, él le servía el café con leche y un bollo y don Tomás se quejaba de que había algo que no era de su gusto: o demasiado caliente o demasiado frío o demasiado cargado o muy poco; que el bollo tenía demasiado azúcar o muy poco… Un ritual que le obligaba a preparar dos veces cada día el desayuno de aquel cliente y soportar sus gruñidos mientras se disculpaba por nada.

       Ese día iba a preparar el tercer desayuno cuando ella cruzó la mirada con él poniendo los ojos en blanco. En cuanto el cliente se hubo marchado, ella le dijo:

       -Bendita paciencia la tuya, ni el santo Job… ¡Qué difícil es tu trabajo!

       -A mí me gusta. Yo sé que nunca le voy a atinar con el café con leche, porque siempre encontrará alguna pega, pero también sé que le gusta, porque sigue viniendo. Es un juego. Se aburre y quiere jugar. Pues juego a que nunca atino y él juega a protestar.

       -Por eso digo que bendita tu paciencia, porque este juego se repite día tras día y tú siempre sales malparado.

       -No creas, yo hago como que le cambio el desayuno y él hace como que le gusta más “el cambio”. Aunque los dos sabemos que se toma el primer desayuno.

       -Te gusta tu trabajo ¿verdad?

       -La verdad es que sí, me encanta.

       -Se nota, eres bueno. Me gusta este sitio por el ambiente que creas.

       Él se sonrojó. Era una mujer muy guapa, de las que uno piensa que jamás se fijarán en él.

       -Por cierto, me llamo Laura –le dijo cuando se iba.

       -Yo, Pedro.

       Sonrió y se marchó. Con el tiempo supo que trabajaba en una oficina, era jefa de personal y daba cursos y conferencias sobre la gestión de su área.

       -Estaba harta de que los empresarios y mandos intermedios se dedicaran a exprimir a su gente en vez de sacar lo mejor de cada uno de sus trabajadores –le comentó un día.

       Era jueves ya y Laura no había aparecido.

       Nunca la vio acompañada de ningún hombre que no fuera asunto de trabajo. Con ellos era cordial y distante a la vez. Al principio él se preguntaba si habría un hombre en su vida. Sabía que había hijos. No sabía cuántos, pero existían. Alguna vez la había visto rebuscar en su bolso y sacar coches y juguetes infantiles. Durante un tiempo odió imaginarla con otro hombre, aunque jamás se permitió reconocerlo. Prefería pensar que estaba divorciada. No llevaba alianza, aunque eso no quería decir nada. Podía haberla perdido o no estar casada. Luego se acostumbró a ser sólo Pedro de la misma manera que estaba acostumbrándose a su ausencia y resignándose a la falta de explicaciones. Laura llevaba tres semanas sin aparecer por la cafetería y él ya no miraba hacia la puerta con ansiedad cada vez que alguien entraba al local.

martes, 3 de enero de 2017

EL RINCÓN DE LAURA (Segunda parte)

       El martes tampoco acudió a la cafetería. Ni el miércoles. Era extraño, nunca había estado tanto tiempo sin ir. Llegó por primera vez al poco de que él se quedara con el traspaso y volviese a abrir después de reformar el local. Ella le confesó que andaba buscando un sitio tranquilo en el que tomarse un café. Porque donde solía ir era muy ruidoso y, como siempre tenían las puertas abiertas, ella se quedaba helada. Era muy friolera. En verano solía ponerse una chaqueta porque le molestaba el aire acondicionado, así que si estaban solos, él lo apagaba. Al parecer había probado en varias cafeterías, pero ninguna le gustaba. Entró porque le había parecido acogedora, le dijo. Y se quedó por la onza de chocolate, sonrió pícara.

       Él se sentía orgulloso. Le gustaba su trabajo y le gustaba que sus clientes se sintieran a gusto. Era discreto, les dejaba su espacio, pero les observaba desde esa distancia autoimpuesta y parapetado tras la barra. A fuerza de observar a la gente, había aprendido a identificar sus gustos, su carácter, sus necesidades. Por eso supo el primer día que a esa mujer que se había sentado al fondo de la cafetería y que leía y escribía en el móvil le gustaba el chocolate negro. Fue una intuición y se dejó llevar por ella. Así que, cuando vio cómo lo saboreaba, sonrió con complacencia.

       Tenía carácter, parecía fuerte pero dulce, uno se sentía a gusto con ella, escuchado y aceptado. Siempre sonreía con dulzura, como comprendiendo cualquier cosa.

       -El ser humano es complejo –le dijo una vez–. Todos tenemos una historia que mediatiza nuestros actos. No podemos juzgar, sólo entender, porque nadie está completamente en la piel del otro, ni siquiera del ser que era él mismo en otro momento cualquiera de su propia vida.

       Era elegante hasta cuando iba con unos vaqueros rotos. Pero a veces acudía vestida de una forma que imponía respeto con sólo mirarla. La primera vez que la vio tan elegante y sobria, con una falda de tubo, zapatos de tacón de aguja, blusa de media manga, americana y el pelo recogido en un moño que dejaba escapar algunas mechas rebeldes, no pudo evitar abrir los ojos en señal de sorpresa y hacer un gesto de admiración. Ella sonrió complaciente.

       -Tengo una reunión importante. He de impresionarles y la imagen SÍ es importante, es mi carta de presentación.

       -Pues les vas a dejar impresionados. No sé si conseguirán escuchar algo de lo que les tengas que contar.

       -Espero que sí, porque es muy importante –y sonrió divertida.

       La había visto muchas veces vestida de una manera formal, pero nunca de esa guisa. Después tuvo ocasión de verla más veces así. Supuso que trabajaba en un cargo de responsabilidad atendiendo a personas y con personas. Porque las personas eran su fuerte. Por eso congeniaron. Ella también conocía a la gente. Al principio no compartían confidencias, pero poco a poco se fueron soltando.

lunes, 2 de enero de 2017

EL RINCÓN DE LAURA (Primera parte)

       Aquel lunes ella no acudió a desayunar. A él no le extrañó. A veces fallaba al desayuno pero acudía al café de después de comer. Un cortado corto de café y una onza de chocolate negro que comía lentamente, deleitándose a cada bocadito. Sin embargo, tampoco acudió al cortado. Bueno, pensó, tendrá mucho trabajo o alguna reunión fuera.

       Casi siempre iba sola. Se sentaba en la última mesa de la cafetería, con la espalda pegada a la pared. Si la mesa estaba ocupada, buscaba sentarse lo más lejos de la puerta y siempre mirando hacia ella.

       -Reminiscencias de un ex-novio policía –le dijo un día–, me da cosa no poder ver la puerta, saber quién entra o qué pasa fuera.

        A veces, una chica la acompañaba al cortado vespertino, trabajaban juntas, pero no parecían amigas, no había complicidad entre ellas. En seguida imaginó que sólo serían compañeras de trabajo. En cambio, el desayuno lo hacía siempre sola. Se sentaba y sacaba su móvil en el que leía y escribía mientras se tomaba su café con leche bien caliente con tostadas de mantequilla y mermelada de melocotón.

        -Es nuestra hora de chicas –le comentó a modo de disculpa una vez que él la pilló riéndose de lo que leía-. Desde que tenemos niños, no coincidimos nunca y no podemos charlar, así que quedamos cada mañana a desayunar y hablamos por whatsApp. Hoy estamos un poco locas. Es viernes y, o nos lo tomamos a risas, o estallamos.

       No hablaban mucho, pero después de tres años sirviéndole, de lunes a viernes, el desayuno y el cortado, tenían cierta complicidad. Ella llegaba siempre con su sonrisa puesta, saludaba tímida pero cordial y buscaba su sitio. Se percataba de cualquier cambio en el ánimo de él. Él se daba cuenta porque dejaba de atender al móvil y le perseguía con la mirada, escrutando cada gesto. Un día que él estaba nervioso, derramó algo del café con leche al dejarlo sobre la mesa. Ella levantó la mirada y en vez de darle las gracias, como todos los días, le preguntó:

       -¿Todo bien?

       -No mucho, la verdad.

       -Esto también pasará y un día sonreirás al recordarlo.

       Él sonrió entre agradecido e incrédulo, pero acabó siendo cierto. Eso pasó y, en muchas ocasiones, sonreía al recordar que aquella historia fue la que rompió el hielo entre ellos dos.

       Al día siguiente él le dibujó una flor en el café con leche y ella sonrió dando las gracias.