viernes, 3 de febrero de 2017

SI ES TAN SOLO AMOR (Tercera parte)

      -¿Habéis terminado?
      -Sí, gracias.
      -¿Queréis postre?
      -Pero, ¿te vas a sentar con nosotros a tomarlo?
      -El postre no, que aún hay mucha gente y me siguen necesitando en cocina, pero el café y el cava, seguro. He llamado a mi padre para que venga también.
      -¿Cómo está? Hace tiempo que no le vemos y le echamos de menos. Sobre todo Raquel. Echa de menos sus cuentos ¿verdad?
      -Está bien, como siempre. No baja tanto porque se queda cuidando de los nietos. Pero hoy vendrá. Se ha puesto muy contento cuando le he dicho que habíais tenido un niño y que veníais aquí a celebrarlo. Casi se pone a llorar cuando le he dado vuestra invitación.

      Don Luis es un buen hombre. Cuando empezamos a venir al Tío Nelo, él tomaba nota en las mesas de la parte izquierda del local. Eran las mesas más complicadas porque las llenábamos los grupos grandes y siempre había que juntar varias mesas. Pepe estaba en la cocina, siempre ha estado en la cocina. Al principio no le conocíamos, pero cuando descubrimos que solo era algo mayor que nosotros, algunos viernes le hacíamos salir para felicitarle en público por su comida y él se vengaba haciéndonos probar sus experimentos antes de ponerlos en carta. Don Luis siempre reía. Se acabó encariñando de la pandilla y lloraba cuando alguno tenía que emigrar.”Maldito país este”, decía con la voz quebrada. Y se le volvían a llenar de lágrimas los ojos cuando lográbamos juntarnos de nuevo. 
      Un viernes, cuando llegamos Sara y yo al Tío Nelo, don Luis estaba tomando nota a las mesas de los sillones con respaldos altos:
      -Hoy os atiendo yo, que para eso sois de la familia –nos dijo.
      Y así empezamos a ser parte de esta familia. Siempre fueron discretos así que nos sentíamos bien allí. Aquí celebramos nuestra boda cuando pudimos juntar a la pandilla, aquí celebramos nuestros aniversarios Sara y yo, aquí celebramos la llegada de Raquel y aquí seguimos cenando los viernes. Siempre en la misma mesa que nos preparó don Luis el primer día que acudimos en solitario. Siempre, menos dos viernes, no me acuerdo en qué años, que, cuando llegamos, nos habían cogido el sitio dos abueletes que debían amarse tanto que desprendían pasión. Sara y yo decidimos que de mayores queríamos ser como ellos.
      A veces yo también rozaba su mano como quien no quiere y nuestras pieles se erizaban. O ella me miraba de una forma que un escalofrío recorría mi espalda.
      Y es que es tan hermosa por dentro y por fuera. Cuando ríe, logra que desaparezcan las tormentas, su mirada siempre me trae la paz y oír su voz cuando el suelo se hunde hace que siempre encuentre el saliente al que agarrarme. Como cuando no encontraba trabajo y me desesperaba. Ella siempre estuvo a mi lado segura de que acabaría saliendo algo y ayudándome a levantarme cada vez que un portazo me derrumbaba.
      Cuando avisamos a la pandilla de que nos casábamos, nadie se sorprendió. Parecían esperarlo a pesar de que jamás habíamos dicho nada, nunca nos habían visto besarnos ni cogernos siquiera de la mano. Únicamente Juanjo comentó algo muy en su línea: se acercó a Sara y le dijo sonriendo:
      -Ya sabía yo que tenía que haber una razón muy poderosa para que me rechazaras una y otra vez. Ven aquí que te abrace. 
      Yo me acercaba en ese momento y él bromeó:
      -A ti no te abrazo por haberme robado a la chica de mis sueños.
      Pero nos abrazamos fuerte y me deseó toda la felicidad del mundo.
      Ellos se conocían desde B.U.P. y he de reconocer que durante algún tiempo pensé que eran novios. Sara le quiere mucho. Dice que es su antihéroe. No salía mucho con la pandilla. Solo si venía Sara. Es uno de los que se quedó en España porque estudió Informática y nunca le ha faltado trabajo. Cuando llegó Raquel a nuestras vidas, Juanjo fue el primero en conocerla y, desde entonces, rara es la semana que falta a verla y siempre le trae algún detalle: un cuento, un cuaderno, una merienda especial… De hecho, es el tío favorito de Raquel.
      A Sara le costó mucho adaptarse a Raquel. Aunque no lo pareciera, la responsabilidad la consumía y adelgazó mucho. Ella se veía bien y le restaba importancia. Pero todo el ajetreo que conlleva una criatura y que recayó fundamentalmente en ella porque yo acababa de empezar a trabajar y no podía conciliar, fue mucho para Sara. Nunca la he visto tan delgada pero tampoco tan feliz. Luego, poco a poco fue recuperándose y con Iván todo es más tranquilo, primero por la experiencia y segundo porque esta vez me toca a mí la parte pesada de la crianza (levantarme por las noches, preparar papillas, estar con él a la vez que llevar a Raquel al cole…).

No hay comentarios:

Publicar un comentario