jueves, 31 de diciembre de 2015

MUCHA SUERTE, PABLO

      Ayer vino a despedirse. Se va a Chile por dos años. Allí sí tienen un proyecto de país que sabe aprovechar el talento. Maldigo al mío que no sabe hacerlo.
      Le conozco desde que él tenía diez años. Han pasado veintitrés. Era un niño tímido, con muchas más cualidades de las que jamás creyó tener.
      Entró en el ránking nacional a los 12 años. Corría y saltaba como pocos aunque su falta de confianza en sí mismo le jugó malas pasadas. El salto más largo de su vida lo hizo lesionado.
      Recuerdo cómo sus compañeros lo admiraban mientras él pensaba que no valía lo suficiente y se esforzaba por mejorar.
      Le he visto conseguir un premio al mejor expediente académico de B.U.P. y C.O.U., licenciarse en Biología y doctorarse. Se marchó a Inglaterra a estudiar…
      Le he visto crecer, hacerse el hombre culto, sabio y humilde que hoy es. Y se va. Se tiene que ir porque aquí no hay trabajo para él. No hay trabajo para los mejores. ¿En qué mierda de país vivimos?
      Tengo a casi toda mi gente, aquel grupo tan fantástico de atletas que tuve la suerte de entrenar desde que eran niños, repartidos por el mundo: Canadá, Francia, Suiza y, ahora, Chile.
      Ayer vino a despedirse, le hubiera abrazado hasta estrujarlo. Tuve que contener las lágrimas todo el tiempo, porque sé que es lo mejor para él, pero a mí me duele tanto…
      Ni te imaginas, Pablo, cuánto te agradezco que vinieras, me sentí afortunada por tener tu cariño. Te deseo todo lo mejor en esta nueva etapa. Te lo mereces. Ojalá la vida te dé ya, de una vez por todas, todo lo que te debe.
      Un besazo y buen viaje.

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